Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1871-1872 (Cortes de 1871 a 1872)
Sesión: 22 de mayo de 1871
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso y Contestación al discurso del Sr. Lostau
Número y páginas del Diario de Sesiones 41, 1.001
Tema: Voto de censura al Gobernador de Barcelona

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): ¿Es verdad o no que se le inculpa de un asesinato? ¿ Es verdad o no que antes de llegar un guardia civil a guarecerse en una de las iglesias de Gracia fue asesinado. ¿Es verdad que al querer meterse en la iglesia ese guardia civil fue asesinado, y que ese asesinato ha sido imputado al Sr. Martí? Pues si todo eso es verdad, si por eso está en la cárcel ¿qué tiene que ver con esto el gobernador ni el Ministro de la Gobernación, ni mucho menos la tiranía de D. Práxedes Mateo Sagasta? ¿Cómo, pues, el Sr. Lostau quiere sacar partido de este hecho, y llama sobre él la atención de los Sres. Diputados y del país en masa, para ponderar la arbitrariedad, la tiranía, el despotismo, la violencia, los horrores, de las autoridades de Cataluña? Ya ve S.S. que nada tienen que ver con eso las autoridades de Barcelona, ni el gobernador, ni el Ministro de la Gobernación, ni nadie más que los tribunales, los cuales, procediendo, como era de su deber, y creyendo que el asesino de ese guardia civil era el Sr. Martí, han procedido contra él y le tienen en la cárcel, de la misma manera que hubieran procedido contra cualquiera otra persona a quien se imputara un asesinato.

Pero enseguida, y como si tuvieran algo que ver las autoridades de Barcelona con la sublevación que tuvo lugar hace tiempo, y que me ha imputado a mí S.S., nos ha sacado a plaza la sublevación pasada, suponiendo que yo he dicho, y esto lo han repetido muchas veces los señores de enfrente, pero yo, que pesar de que se dice que no tengo calma, la tengo muy grande, me he callado y he dejado pasar ciertas cosas que todos los días se me atribuían, suponiendo, repito, que yo he dicho que había provocado aquella sublevación; y ha añadido S. S. que dándome a mí vergüenza ver tanta Milicia ciudadana republicana, y no pudiendo nada contra ella, provoqué la sublevación para desarmarla. S.S. está perfectamente equivocado. Yo no provoqué la sublevación, ni a mí me incomodaba ni me daba vergüenza la Milicia ciudadana republicana. Yo dije entonces, y repito ahora, que era tal el estado de anarquía que existía en el país, que nadie quería estar dentro de la ley; y que aunque muchos milicianos en España habían tomado las armas precisamente para estar fuera de la ley, que es como están mejor y más a su conveniencia, yo no había de consentir que nadie estuviera fuera de la ley, y quise por lo mismo que la Milicia Nacional republicana quedara dentro de la ley, como todas las demás corporaciones republicanas y como todos los demás ciudadanos republicanos.

Había la cuestión de si en aquellos momentos, al poco tiempo de la revolución, tenía el Gobierno bastante fuerza para resistir los elementos contrarios que se le opusieran; y entonces, yo fui de opinión que tuviérala o no la tuviera, y ya he dicho que la tenía, y la prueba es que venció, era necesario hacer que esa Milicia y esas corporaciones que estaban fuera de la ley, quedaran dentro de ello, costara lo que costara, porque veía que el mal iba en aumento. Se dice que los males de la libertad los cura la misma libertad, y esto es verdad cuando todo el mundo está dentro de la ley; porque la primera condición que se necesita para que esos males sean curados por la libertad, es que todos estén dentro de la ley: de lo contrario, los males de la libertad, lo que hacen es aumentarse en vez de encontrar curación, y entonces no hay libertad, sino licencia. Yo ya sabía que había de venir una batalla, pero una batalla por querer cumplir la ley contra los que querían que la ley no se cumpliera. De manera que yo no provoqué la batalla, la provocaron los que no querían estar dentro de la ley.

Yo quise que todo el mundo entrara dentro de la ley; la batalla fue dada, y todos fuisteis vencidos a pesar de la generosidad del Sr. Lostau y sus amigos; porque por un descubrimiento que hoy hemos hecho, pues nadie lo sabía más que el Sr. Lostau, nosotros creíamos que habíamos vencido en la batalla, pero no fue así, sino que

se dieron por vencidos los federales, y nos concedieron la gloria de vencedores; vino la sublevación, creí yo que había sido vencida, pero el Sr. Lostau dice que no; que tenían 60.000 hombres armados en las montañas, en los valles, en todas partes; pero su conciencia les dijo que no emprendieran ni provocaran la guerra civil, y por esta razón parece que les hemos vencido. Muchas gracias Sr. Lostau, muchas gracias, señores republicanos federales.

Otro asunto con el cual nada tienen que ver las autoridades de Barcelona, ni las autoridades de Cataluña, es el asunto del comité de Villanueva. ¿Qué tiene que ver el gobernador de Barcelona con los tribunales? ¿Qué ha hecho el gobernador de Barcelona para que con este comité procedan como hayan creído conveniente los tribunales? Lo cierto es que el comité de Villanueva fue condenado a presidio, o lo fue su presidente, o alguno de sus individuos, como S. S., que creo que lo fue también. Es verdad que al poco tiempo fueron indultados, como también lo fue S. S., por lo que hoy se encuentra aquí, con mucho gusto mío, a pesar de que he oído con disgusto ciertas cosas que dice S. S.; y que después de indultados, volvieron a entender los tribunales en causa de algunos individuos de aquel comité. ¿Y qué? Pues eso prueba que los tribunales han visto después en la conducta de esos individuos causas que quizás no sean políticas; pero algo habrá de esto cuando los tribunales persiguen a algunos, y no a S.S. ni a otros, por algo será, y razón tendrán para hacer esas excepciones con unos y no con otros: pero de todos modos, nada tienen que ver con esto las autoridades de Cataluña.

Nos decía después el Sr. Lostau: " El señor gobernador Corcuera fue separado del gobierno de Barcelona por haber perdido las elecciones." S. S. está en un error; el señor gobernador Corcuera, mucho antes de las elecciones, encontró quebrantada su salad e hizo la dimisión al Gobierno; pero no queriendo suscitar embarazos a éste, le dijo al hacer la dimisión:" Como van a venir unas elecciones, y como eso pudiera traer perturbaciones del orden público, y podría traer grandes peligros, yo no quiero que V. E. me admita la dimisión hasta tanto que pasen los peligros de las elecciones." El gobernador, pues, como era amigo y buen amigo del Gobierno y de la situación, dijo que no se la admitiera hasta que pasaran las elecciones; y en cuanto estas pasaron, se le admitió la dimisión que esperaba con ansiedad. Por lo demás, ya sabe S. S. que el Gobierno no quería ganar a la fuerza las elecciones ni en Cataluña ni en ninguna parte; y S. S. no debe amenazar constantemente al Gobierno con eso de que los obreros de Cataluña, si el Gobierno se empeña en oprimirlos, que se levantaran en armas, porque han dado siempre pruebas de levantarse; y yo le puedo decir a S. S. que muchos de los que se han levantado en Barcelona no lo han hecho nunca cuando había algún Gobierno en España de los que no se llamaban liberales, sino al contrario, cuando mandaban los Gobiernos liberales; es decir, que se han sublevado siempre esos obreros contra la libertad, [1.001] pero casi nunca contra la reacción; pero, en fin, hagan lo que quieran y se hayan sublevado cuando lo hayan tenido por conveniente, la verdad es que el Gobierno no les da ahora motivo alguno para sublevarse.

Su señoría se ha detenido muy especialmente en la medida que el gobernador de Barcelona ha tomado con tres extranjeros que allí estaban; y aun cuando a mí la Internacional a que S. S. pertenece ni me causa bú, ni me causa miedo, como ha dicho S. S.; y aunque yo sé bien que la Internacional, como S. S. ha dicho, no se come los niños crudos, ni mucho menos, bueno es que yo diga algo de la Internacional a propósito de los tres franceses cuya expulsión lamenta tanto S. S. Ya ve su señoría que al hablar de la Internacional, no me asusto, como no me ha asustado oirá S. S. que era individuo de la Internacional; pero bueno es que sepamos lo que pretende la Internacional aquí, aunque sea muy ligeramente, porque no es esta la ocasión de entrar en una discusión de la Internacional; ya llegara su día, y entonces veremos qué es lo que debe hacerse con la Internacional.

Señores, hace algún tiempo que hay en España ciertos agentes de sociedades que tienen por objeto el trabajo constante de la clase obrera en aquellas de nuestras provincias en que más desarrollada esta la industria; pero de algún tiempo a esta parte estos agentes han recibido un poderoso auxilio, un auxilio mayor que todos los que antes tenían. Mientras han estado solos y aislados en sus trabajos, estos agentes, que S. S. debe conocer bien en la parte en que reside, han adelantado poco o nada en sus trabajos: pero ayudados ya por unos cuantos emisarios, representantes de esa asociación a que S. S. pertenece, la Internacional, que han atravesado las fronteras y que se han repartido por todo el territorio español, ya van adelantando algo más en sus trabajos, y estos emisarios que pasan ya de 300, según las noticias que el Gobierno tiene por las autoridades del interior y por sus representantes en el exterior, esos emisarios que visten todos los disfraces, que usan de todos los trajes, menos de aquel que les corresponde por su posición y por su estado; que usan de nombres desconocidos, menos de aquel quo les es propio; que se dedican a todos los trabajos, que contribuyen a todas las industrias, menos a aquellas que son suyas propias y peculiares, esos emisarios han empezado ya a trabajar en España.

Su trabajo consiste en suscitar en las masas obreras elementos de desorden, e promover huelgas, en seducir y corromper con dádivas a aquellos obreros menos expertos, o más dados, o más dispuestos a la holganza; en amenazar directa o indirectamente a aquellos otros trabajadores honrados que no quieren buscar su sustento más que por el camino de la virtud y del trabajo, y en trabajar constantemente con esa clase obrera ofreciéndola un porvenir de bienandanza imposible de realizar, excitando así los sentimientos de esa clase obrera, preparándola para el desorden y procurando de este modo la perturbación social. Este mal va ya apareciendo en muchos puntos de España; pero donde la enfermedad se ha presentado con alguna más gravedad es en las provincias catalanas, y muy especialmente en Barcelona. Y entre los agitadores, entre esos agentes, entre esos especuladores o de la inexperiencia del obrero, o de su buena fe, o de sus necesidades, aparecen como los más principales de todos tres franceses, dos de los cuales vivían hace algún tiempo en Barcelona, y uno hace poco tiempo que llegó a aquella capital, que eso también lo sabrá el Sr. Lostau. Hay que advertir, señores, que en Barcelona existen más de 8.000 franceses que se dedican con completísima libertad a ejercer sus industrial, que viven perfectamente bien, amparados por nuestras leyes. Pues bien, no sólo esos tres franceses, los principales agitadores de esa asociación la Internacional, han sido denunciados a las autoridades de Barcelona por todas las clases y por todas las categorías de Barcelona, sino que han sido denunciados por muchos de esos franceses industriales y comerciantes honrados que quieren ganar su vida con honradez y fuera de todo genero de disturbios, y que tienen gran interés en que sus compatriotas no abusen de la hospitalidad que en este país generosamente se les ofrece. Pero esos tres franceses además, como casi todos los que vienen con tan plausible motivo, estaban en Barcelona y no tenían ni cédula de empadronamiento, ni cédula de residencia, ni pasaporte de su país, ni documentación de ningún género, ni tenían otra industria, ni otro medio conocido de vivir que el de agitar constantemente las masas obreras, el excitarlas a la rebelión, el procurar huelgas, el corromper a los incautos y el de amenazar a aquellos que quieren con su trabajo ganar su subsistencia. Pues bien, Sres. Diputados, ¿qué hacen los gobernadores, qué hacen las autoridades con los extranjeros que vienen a este país, de la mayor parte de los cuales se ignora la procedencia? Se pregunta a los cónsules y a los embajadores, y no tienen noticia; se pregunta al extranjero y tampoco los conocen: que se sabe que vienen con nombre supuesto, con traje distinto del que usan ordinariamente, que se presentan sin cédula de empadronamiento, sin cédula de residencia, sin pasaporte, sin documentación oficial; ¿qué se hace con esa nube de extranjeros que vienen por el estado de perturbación en que se encuentra la Francia, mandados por la que acaba de ser Commune de París, y que ya ha desaparecido, sin duda en correspondencia con otras, que aunque tienen otro nombre, todo el mundo las conoce muy bien?

No puede hacerse más que lo que de seguro ha de hacer la autoridad francesa, que es decirles a esos caballeros que vienen aquí como una especie de embajadores de un juego de Gobierno:"Vean Vds. que se han equivocado; aquí no pueden ser reconocidos, porque el Gobierno que dicen que representan, ni es Gobierno ni es nada: es la calamidad de la Francia." Y eso mismo tienen que decir las autoridades españolas a los que se presentan con credenciales de la Commune de París:" Consideren Vds. dicen que representan, no es [1.002] el Gobierno de la Francia, sino la calamidad de la Francia."

Y es tanto más extraño que aquí se venga a alborotar y a Ilamar la atención sobre eso que se ha hecho con tres franceses en España, cuanto que no eran emigrados, porque si lo hubieran sido, se hubiera tenido buen cuidado de no mandarlos a su país. Ya sabe el Gobierno español lo que debe hacer con los emigrados, y puedo asegurar al Sr. Lostau que no hay ningún Gobierno extranjero que aventaje en el cumplimiento de sus deberes con la desagracia al Gobierno español. Por más que el Sr. Lostau haya querido humillar al Gobierno español, comparándole con lo que hace el Gobierno francés con los emigrados, no ha conseguido su objeto, porque no se trata de emigrados: sin embargo de que otras veces han condenado S.SS. la conducta del Gobierno francés, y le han criticado por lo que hacía con los emigrados españoles. No eran emigrados y no ha habido, por consiguiente, inconveniente ninguno en que vuelvan a su país, como no hay inconveniente en que vuelvan a España, pero es a cumplir las leyes españolas, es a respetar las leyes a cuyo amparo vienen a cobijarse, y las cuales no permiten a ningún extranjero que venga a perturbar de esa manera la sociedad española. Eso no lo tolerara nunca el Gobierno español. En su derecho están los obreros españoles, como todos los obreros, en pedir aumento de jornal, cuando lo crean pequeño, como lo están los industriales concediéndoselo o negándoselo. Para lo que no hay derecho es para promover esas perturbaciones sociales, para crear esas huelgas artificiales, corrompiendo a unos obreros y amenazando a otros, para que los unos y los otros, en vez de dedicarse al trabajo, se entreguen a la holganza y a la mendicidad, y amenazando todos los días con conflictos, se empobrezcan ellos, empobrezcan a sus familias y a su ya empobrecido país. Y eso que sería penable, y eso que sería criminal en los españoles, es más criminal en los extranjeros que vienen a perturbarnos y a conseguir aquí lo que quizás no pueden conseguir en su propio país. Y me parece que basta por hoy de la Internacional; no porque yo no entrara con mucho gusto en esa cuestión, sino porque (créame el Sr. Lostau) yo necesito guardar ciertas cosas que sé, porque espero por ellas saber más y tengo que andar con pies de plomo para no decir más de lo quo quiero decir: hago, por consecuencia, punto final y no digo más sobre esto.

Concluyo, para ser breve, diciendo al Sr. Lostau que puesto que S. S. tiene influencia con los obreros, porque según mis noticias S. S. es también un obrero, y muy diestro y muy hábil por cierto, debe aprovechar su influencia mejor de lo quo la aprovecha actualmente: yo reconozco que S. S. lo hará con buena intención, pero créame S. S.: la suerte del obrero en España y en el extranjero no está en la asociación la Internacional; otras asociaciones hay a las cuales podría S. S. contribuir con su influencia y con su talento; otras asociaciones hay que podrían dar más frutos para el pobre trabajador, cuya suerte nos interesa a todos, cuya suerte interesa a la Patria; porque en la tranquilidad, en el sosiego y en el bienestar de los trabajadores estriba también la tranquilidad, el sosiego y el bienestar del país: aunque no fuera por un interés de humanidad, aunque no fuera por el interés que todo hombre honrado debe tener en mejorar la suerte de su prójimo, por un interés de conveniencia, por un interés de egoísmo, estamos todos interesados en mejorar la suerte de la clase obrera. Pues bien, Sr. Lostau; créame S. S., no es por ahí por donde ha de venir la felicidad del obrero de España, no es cediendo a las sugestiones de esos extranjeros, de origen desconocido; que vienen aquí con un objeto desconocido y con miras que el Sr. Lostau mismo ignora, como ha de venir la felicidad del obrero; otro rumbo muy distinto hay que tomar si se quiere llegar a este fin: tome S. S. ese rumbo, opóngase en cuanto le sea posible al pensamiento de la Internacional, y no se hará S. S. instrumento, como otros muchos pobres obreros, de un pensamiento que, lejos de ser un pensamiento generoso, noble y grande para el obrero, es un pensamiento que tiende a hacer al obrero esclavo, que tiende a hacerle instrumento de fines que nada tienen que ver con la suerte del trabajo ni con la suerte del obrero.



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